El Mundo, 12 de febrero de 2010.
Texto y Foto: Carlos de Hita
Pocas veces el punto de partida para estas narraciones sonoras es una imagen. En general la fotografía y el texto acompañan al montaje. Pero en esta ocasión todo parte de la expresión triste y a la vez furiosa de los perros de la fotografía. Pertenecen a una de las rehalas que participaron en una montería en Sierra Morena el pasado domingo, día 7, para poner punto final por esa zona a la temporada de caza. Son podencos; pasan la mayor parte de sus vidas encerrados en cercados, en grandes jaulones en los que las peleas a dentelladas son comunes. Las calvas y cicatrices de sus caras denotan la violencia en que transcurre su perra existencia. Cuando salgan de la jaula en que están encerrados batirán con furia el monte, levantando y persiguiendo a sus presas, jabalíes y ciervos, que huirán despavoridas ante ellos. Y sin embargo, en la expresión de cada uno de estos desgraciados quedan todavía restos de ese fondo noble, la mirada franca y profunda de cualquier perro. No se puede uno acercar al mundo de la caza con sentimentalismos. Pero es difícil no sentir pena por el cruel destino que ha marcado la existencia de estos animales.
Unos minutos después de tomada la foto comienza la montería. Decenas de rifles apostados en armadas, líneas de tiro que no dejan ángulos muertos por donde escapar; ciervos y jabalíes espantados, en busca de escapatorias que no existen; voces, silbidos, ladridos, un tiroteo intenso… todo ello amplificado y repetido por el eco del valle.
La montería es una operación diseñada para abatir el mayor número de animales con el menor esfuerzo posible; nada que ver con las largas caminatas de la caza al rececho, persiguiendo una presa huidiza. Aquí los animales salvajes parten claramente con la condición de víctimas.
Durante las dos o tres horas que dura la operación, el ruido y la tensión profanan el paisaje sonoro. Viene después el acarreo de los animales abatidos, el reparto de trofeos y la mancha de sangre. Y el silencio que vuelve para arropar los últimos momentos de los animales que han quedado malheridos.
Texto y Foto: Carlos de Hita
Pocas veces el punto de partida para estas narraciones sonoras es una imagen. En general la fotografía y el texto acompañan al montaje. Pero en esta ocasión todo parte de la expresión triste y a la vez furiosa de los perros de la fotografía. Pertenecen a una de las rehalas que participaron en una montería en Sierra Morena el pasado domingo, día 7, para poner punto final por esa zona a la temporada de caza. Son podencos; pasan la mayor parte de sus vidas encerrados en cercados, en grandes jaulones en los que las peleas a dentelladas son comunes. Las calvas y cicatrices de sus caras denotan la violencia en que transcurre su perra existencia. Cuando salgan de la jaula en que están encerrados batirán con furia el monte, levantando y persiguiendo a sus presas, jabalíes y ciervos, que huirán despavoridas ante ellos. Y sin embargo, en la expresión de cada uno de estos desgraciados quedan todavía restos de ese fondo noble, la mirada franca y profunda de cualquier perro. No se puede uno acercar al mundo de la caza con sentimentalismos. Pero es difícil no sentir pena por el cruel destino que ha marcado la existencia de estos animales.
Unos minutos después de tomada la foto comienza la montería. Decenas de rifles apostados en armadas, líneas de tiro que no dejan ángulos muertos por donde escapar; ciervos y jabalíes espantados, en busca de escapatorias que no existen; voces, silbidos, ladridos, un tiroteo intenso… todo ello amplificado y repetido por el eco del valle.
La montería es una operación diseñada para abatir el mayor número de animales con el menor esfuerzo posible; nada que ver con las largas caminatas de la caza al rececho, persiguiendo una presa huidiza. Aquí los animales salvajes parten claramente con la condición de víctimas.
Durante las dos o tres horas que dura la operación, el ruido y la tensión profanan el paisaje sonoro. Viene después el acarreo de los animales abatidos, el reparto de trofeos y la mancha de sangre. Y el silencio que vuelve para arropar los últimos momentos de los animales que han quedado malheridos.
De la caza se ha dicho ya todo, a favor y en contra. Pero de la jornada del otro día yo me quedo con la profunda tristeza de estos perros furiosos, sedientos, en la que aún arde un rescoldo de nobleza.
Sierra Morena, 7 de febrero de 2010