JULIO ORTEGA FRAILE
Bueno, pues hay que reconocer que el mundo cinegético tenía razón. La Administración, a instancia de la Consellería de Medio Rural de Lugo, ha abierto expediente a un buen número de los activistas contra el maltrato animal que el 30 de Enero, participaron en la protesta durante el Campeonato Nacional de Caza de Zorro que tuvo lugar en la localidad lucense de Portomarín. Ya saben en qué consiste: dolor, muerte, trofeos, comida, alcohol y testiculina a raudales.
Y digo que estaban en posesión de la verdad porque sin duda, esta medida corrobora los mensajes que los monteros, de forma particular o a través de las federaciones, han venido lanzando a la Sociedad, y en los que afirmaban que esos defensores de los raposos eran en realidad una pandilla de inadaptados, drogadictos, vándalos, violentos y hasta de terroristas. En fin, un cuadro como para salir corriendo en su presencia. El extremo opuesto a un caballero cazador.
El procedimiento abierto contra ellos describe y denuncia la acción punible que llevaron a cabo durante la jornada de cacería y su lectura, a cualquiera con la misma sensibilidad y ética que escopeteros y políticos de canana, le demostrará que efectivamente esta gente es culpable de las imputaciones hechas por los batidores, pues en el expediente sancionador se les acusa de: "Hacer ruido con el objeto de espantar la caza". Imperdonable, ¿no?
Y lo causaron, según atestado de la Guardia Civil, con silbatos o con sus gargantas, pero muy zote hay que ser para no darse cuenta de que tales instrumentos son tan letales como cadenas, puños americanos, estiletes o Goma-2. Si hubieran empleado rifles de calibre 12 con plomos de doble cero hubiera sido muy diferente, pues esas son herramientas al servicio del conservacionismo y del amor a los animales, pero pitar y vociferar… ¿cómo se atreven?
Merecen ser castigados porque no se puede consentir que unos individuos, desalmados y nocivos, caminando por las zonas de seguridad del monte, cometan la terrible fechoría de hacer ruido con un chiflo y que esa gravísima acción, perturbe la necesaria paz que es menester para que unos honrados y probos ciudadanos, puedan disparar a cuanto zorro se les cruce por delante con el deseo de acumular más cadáveres que ninguno y llevarse el codiciado premio.
Estos hechos dejan claro que entre ecologismo o animalismo y terrorismo, hay más en común que un sufijo. Nos lo explican los que salen a matar animales porque les divierte mucho hacerlo, lo ratifica la Administración cuando tanto les ampara moral y materialmente, y queda muy claro comparativamente cuando los devotos de San Huberto, los políticamente buenos, posan orgullosos sobre los cuerpos reventados de sus víctimas, mientras los activistas, los políticamente malos, que jamás empuñan un arma, tienen la osadía de pedir respeto por la vida de todas las criaturas.
No estaría nada mal que todos los que no tenemos licencia de caza, a la vista de lo ocurrido, reflexionásemos sobre cuáles son las leyes y cómo se interpretan. Porque tal vez no esté permitido perturbar durante estas degollinas, pero por encima hay un hecho indiscutible: que aquí y hoy, el criminal, increíblemente, es el que lucha pacíficamente por acabar con la matanza injustificada de animales. Y que los ataquen de un modo rastrero los que gozan disparando a seres vivos no asombra ni un poco, pero que lo hagan ciertos políticos es abominable e intolerable.
Bueno, pues hay que reconocer que el mundo cinegético tenía razón. La Administración, a instancia de la Consellería de Medio Rural de Lugo, ha abierto expediente a un buen número de los activistas contra el maltrato animal que el 30 de Enero, participaron en la protesta durante el Campeonato Nacional de Caza de Zorro que tuvo lugar en la localidad lucense de Portomarín. Ya saben en qué consiste: dolor, muerte, trofeos, comida, alcohol y testiculina a raudales.
Y digo que estaban en posesión de la verdad porque sin duda, esta medida corrobora los mensajes que los monteros, de forma particular o a través de las federaciones, han venido lanzando a la Sociedad, y en los que afirmaban que esos defensores de los raposos eran en realidad una pandilla de inadaptados, drogadictos, vándalos, violentos y hasta de terroristas. En fin, un cuadro como para salir corriendo en su presencia. El extremo opuesto a un caballero cazador.
El procedimiento abierto contra ellos describe y denuncia la acción punible que llevaron a cabo durante la jornada de cacería y su lectura, a cualquiera con la misma sensibilidad y ética que escopeteros y políticos de canana, le demostrará que efectivamente esta gente es culpable de las imputaciones hechas por los batidores, pues en el expediente sancionador se les acusa de: "Hacer ruido con el objeto de espantar la caza". Imperdonable, ¿no?
Y lo causaron, según atestado de la Guardia Civil, con silbatos o con sus gargantas, pero muy zote hay que ser para no darse cuenta de que tales instrumentos son tan letales como cadenas, puños americanos, estiletes o Goma-2. Si hubieran empleado rifles de calibre 12 con plomos de doble cero hubiera sido muy diferente, pues esas son herramientas al servicio del conservacionismo y del amor a los animales, pero pitar y vociferar… ¿cómo se atreven?
Merecen ser castigados porque no se puede consentir que unos individuos, desalmados y nocivos, caminando por las zonas de seguridad del monte, cometan la terrible fechoría de hacer ruido con un chiflo y que esa gravísima acción, perturbe la necesaria paz que es menester para que unos honrados y probos ciudadanos, puedan disparar a cuanto zorro se les cruce por delante con el deseo de acumular más cadáveres que ninguno y llevarse el codiciado premio.
Estos hechos dejan claro que entre ecologismo o animalismo y terrorismo, hay más en común que un sufijo. Nos lo explican los que salen a matar animales porque les divierte mucho hacerlo, lo ratifica la Administración cuando tanto les ampara moral y materialmente, y queda muy claro comparativamente cuando los devotos de San Huberto, los políticamente buenos, posan orgullosos sobre los cuerpos reventados de sus víctimas, mientras los activistas, los políticamente malos, que jamás empuñan un arma, tienen la osadía de pedir respeto por la vida de todas las criaturas.
No estaría nada mal que todos los que no tenemos licencia de caza, a la vista de lo ocurrido, reflexionásemos sobre cuáles son las leyes y cómo se interpretan. Porque tal vez no esté permitido perturbar durante estas degollinas, pero por encima hay un hecho indiscutible: que aquí y hoy, el criminal, increíblemente, es el que lucha pacíficamente por acabar con la matanza injustificada de animales. Y que los ataquen de un modo rastrero los que gozan disparando a seres vivos no asombra ni un poco, pero que lo hagan ciertos políticos es abominable e intolerable.
Más información: http://www.lavozdegalicia.es/sociedad/2008/01/28/0003_6517794.htm